En todas las actividades que realizamos, muchas veces nos vemos influencias por otras personas a las que tendemos a tratar de imitar. A veces tratamos de hacer lo que otros hacen o que vimos hacer.
Recuerdo que en mi niñez, vi a una persona mayor fumarse un cigarro. Mi curiosidad me llevó a querer saber qué se sentía fumar. Junté 50 centavos de colón y me dirigía hacia la tienda a comprar un cigarro.
La señora de la tienda me preguntó si el cigarro era mío. Yo le respondí que no. Mi curiosidad me había llevado al grado de mentir. Al parecer, a nadie dañaba con mi actitud. Lo que no sabía era que fumar, además de dañar la salud, crea adicción.
Haber visto a aquel hombre fumarse un cigarro frente a mí, me había llevado a tratar de imitarlo. Sobre todo, porque yo consideraba que fumar era algo digno de admirar y que las personas lo hacían porque era parte de la vida. Qué equivocado estaba.
Encendí el cigarro, lo llevé a mi boca e inhalé. Casi me ahogué. Apagué el cigarro y lo tiré lejos. Estaba arrepentido de haberlo probado. Sin duda, aquella persona había sido de mala influencia para mi vida. Y nunca más desee volver a intentarlo.
Después de contarte mi pequeña experiencia, quiero compartir contigo un versículo de proverbios 23:17 que dice: “No tengas envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo, porque ciertamente hay fin, y tu esperanza no será cortada” Si aplicamos estas palabras a nuestra vida podemos afirmar que Dios nos advierte de cosas que pueden pasarnos si imitamos a personas que no tienen temor de Dios en sus corazones.
Los jóvenes, desde que entramos a la etapa de la adolescencia, tendemos a querer descubrir lo que este mundo ofrece. Buscamos afanosamente hacer cosas que nos parecen nuevas y que, al parecer, todo el mundo las hace. Cuando Dios nos habla, está tratando la manera de que tengamos cuidado con nuestras acciones. En su gran amor, nos advierte que tengamos cuidado de no ser presas de los deleites del mundo para que no nos olvidemos de su gracia y misericordia.
Es cierto, todos podemos hacer lo que queramos, tampoco nadie está exento de poder hacerlo. Aparentemente, toda persona es libre de hacer lo que desee. Pero, ¿por qué Dios nos dice que no debemos envidiar a nadie? Porque él sabe que todo lo que hagamos deliberadamente, traerá consigo nuestra auto destrucción.
La palabra de Dios dice en el libro de los Romanos que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús.” Ese actuar deliberadamente se llama pecado. Y apresa al hombre en los deseos de la carne y lo mantiene esclavizado, circunstancia de la cual nunca podrá salir por sí mismo y así morirá.
Dios quiere lo mejor para cada uno de nosotros. Y nos invita a tener cuidado de fijarnos a quién debemos imitar. El apóstol Pablo escribió en 1ra de Corintios capitulo 11:1 “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” Debemos imitar lo bueno de las personas. Y que mejor ejemplo que buscar ser imitadores de Cristo, para que nos valla bien en todos los días de nuestra vida, hasta la venida de Cristo.
Recuerdo que en mi niñez, vi a una persona mayor fumarse un cigarro. Mi curiosidad me llevó a querer saber qué se sentía fumar. Junté 50 centavos de colón y me dirigía hacia la tienda a comprar un cigarro.
La señora de la tienda me preguntó si el cigarro era mío. Yo le respondí que no. Mi curiosidad me había llevado al grado de mentir. Al parecer, a nadie dañaba con mi actitud. Lo que no sabía era que fumar, además de dañar la salud, crea adicción.
Haber visto a aquel hombre fumarse un cigarro frente a mí, me había llevado a tratar de imitarlo. Sobre todo, porque yo consideraba que fumar era algo digno de admirar y que las personas lo hacían porque era parte de la vida. Qué equivocado estaba.
Encendí el cigarro, lo llevé a mi boca e inhalé. Casi me ahogué. Apagué el cigarro y lo tiré lejos. Estaba arrepentido de haberlo probado. Sin duda, aquella persona había sido de mala influencia para mi vida. Y nunca más desee volver a intentarlo.
Después de contarte mi pequeña experiencia, quiero compartir contigo un versículo de proverbios 23:17 que dice: “No tengas envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo, porque ciertamente hay fin, y tu esperanza no será cortada” Si aplicamos estas palabras a nuestra vida podemos afirmar que Dios nos advierte de cosas que pueden pasarnos si imitamos a personas que no tienen temor de Dios en sus corazones.
Los jóvenes, desde que entramos a la etapa de la adolescencia, tendemos a querer descubrir lo que este mundo ofrece. Buscamos afanosamente hacer cosas que nos parecen nuevas y que, al parecer, todo el mundo las hace. Cuando Dios nos habla, está tratando la manera de que tengamos cuidado con nuestras acciones. En su gran amor, nos advierte que tengamos cuidado de no ser presas de los deleites del mundo para que no nos olvidemos de su gracia y misericordia.
Es cierto, todos podemos hacer lo que queramos, tampoco nadie está exento de poder hacerlo. Aparentemente, toda persona es libre de hacer lo que desee. Pero, ¿por qué Dios nos dice que no debemos envidiar a nadie? Porque él sabe que todo lo que hagamos deliberadamente, traerá consigo nuestra auto destrucción.
La palabra de Dios dice en el libro de los Romanos que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús.” Ese actuar deliberadamente se llama pecado. Y apresa al hombre en los deseos de la carne y lo mantiene esclavizado, circunstancia de la cual nunca podrá salir por sí mismo y así morirá.
Dios quiere lo mejor para cada uno de nosotros. Y nos invita a tener cuidado de fijarnos a quién debemos imitar. El apóstol Pablo escribió en 1ra de Corintios capitulo 11:1 “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” Debemos imitar lo bueno de las personas. Y que mejor ejemplo que buscar ser imitadores de Cristo, para que nos valla bien en todos los días de nuestra vida, hasta la venida de Cristo.
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