En la escuela nos enseñaron que la lengua es el sentido del gusto. Que es así como conocemos el sabor de lo que probamos y comemos. También, aprendimos que la lengua sirve para hablar, para poder pronunciar bien las palabras y, así, las otras personas puedan entender o descifrar el significado del mensaje que producimos.
Muchos de los malentendidos son a causa de lo que en un momento determinado dijimos. Se mal interpreta el mensaje que emitimos y se distorsiona. En ocasiones, sin desearlo, ofendemos. Y la persona ofendida se queda con una versión de lo que en ese instante sucedió. Si nos tenían por personas tranquilas, ahora su concepción a cerca de nosotros será que somos personas amargadas, incompresibles e impacientes.
Cuando ofendemos con intención, dañamos directamente la integridad de la persona, y no solo eso, sino que cortamos una relación de amistad, o familiar, lo cual traerá consigo muchos problemas. Pasaremos maquinando maldad en nuestra mente y corazón, además de no querer pedir perdón a quien ofendimos.
Con la misma boca con que bendecimos, maldecimos. La lengua es un arma para edificar y para destruir. Si yo enseño algo positivo, construiré. Pero si emito un mensaje destructivo o de crítica injustificada, una calumnia hacia mis semejantes, se convierte en un arma para destruir lo que ya estaba construido.
La palabra de Dios, en Santiago 3:2 dice: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también- de refrenar todo su cuerpo.”
La pregunta es ¿Cuántas veces al día mentimos? A la verdad muchas. Todos mentimos, a todos. Los humanos tenemos ese problema de mentir a cada momento. Si pudiéramos dejar de mentir, el mundo caminaría distinto. La palabra de Dios nos invita a buscar la justicia, a tratar la manera de refrenar nuestra lengua para no mentir ni ofender. Cuantos quisiéramos no haber dicho lo que dijimos para sanar el problema que resulto de haber dicho lo que dijimos.
La Biblia en el Libro de Proverbios 18:7 afirma: “La boca del necio es quebrantamiento para si, y sus labios son lazo para su alma.” Cuando decimos algo indebido, acarreamos lazos para nuestra vida, porque muchas veces quedamos presos de nuestras propias palabras. Y no encontramos una salida ante las ataduras que nosotros mismos buscamos.
Si buscamos a Dios, él puede quitarnos esas ataduras y también, quitar ese mal proceder de hablar más de la cuenta. Aprenderemos de su palabra y a anunciar las buenas nuevas de salvación a los que aun no han buscado de Dios.
Muchos de los malentendidos son a causa de lo que en un momento determinado dijimos. Se mal interpreta el mensaje que emitimos y se distorsiona. En ocasiones, sin desearlo, ofendemos. Y la persona ofendida se queda con una versión de lo que en ese instante sucedió. Si nos tenían por personas tranquilas, ahora su concepción a cerca de nosotros será que somos personas amargadas, incompresibles e impacientes.
Cuando ofendemos con intención, dañamos directamente la integridad de la persona, y no solo eso, sino que cortamos una relación de amistad, o familiar, lo cual traerá consigo muchos problemas. Pasaremos maquinando maldad en nuestra mente y corazón, además de no querer pedir perdón a quien ofendimos.
Con la misma boca con que bendecimos, maldecimos. La lengua es un arma para edificar y para destruir. Si yo enseño algo positivo, construiré. Pero si emito un mensaje destructivo o de crítica injustificada, una calumnia hacia mis semejantes, se convierte en un arma para destruir lo que ya estaba construido.
La palabra de Dios, en Santiago 3:2 dice: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también- de refrenar todo su cuerpo.”
La pregunta es ¿Cuántas veces al día mentimos? A la verdad muchas. Todos mentimos, a todos. Los humanos tenemos ese problema de mentir a cada momento. Si pudiéramos dejar de mentir, el mundo caminaría distinto. La palabra de Dios nos invita a buscar la justicia, a tratar la manera de refrenar nuestra lengua para no mentir ni ofender. Cuantos quisiéramos no haber dicho lo que dijimos para sanar el problema que resulto de haber dicho lo que dijimos.
La Biblia en el Libro de Proverbios 18:7 afirma: “La boca del necio es quebrantamiento para si, y sus labios son lazo para su alma.” Cuando decimos algo indebido, acarreamos lazos para nuestra vida, porque muchas veces quedamos presos de nuestras propias palabras. Y no encontramos una salida ante las ataduras que nosotros mismos buscamos.
Si buscamos a Dios, él puede quitarnos esas ataduras y también, quitar ese mal proceder de hablar más de la cuenta. Aprenderemos de su palabra y a anunciar las buenas nuevas de salvación a los que aun no han buscado de Dios.
1 comentario:
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