martes, 9 de octubre de 2012

ENFRENTANDO UN NOVIAZGO INDEBIDO



¡A quién no le gustaría enamorarse!, si es algo tan maravilloso. Es uno de los capítulos más bellos en el filme de nuestra  vida. No se puede describir solo con palabras. Va más allá de la imaginación y la emoción. Se inmiscuye hasta en el más recóndito rincón de nuestra mente y corazón.  Supera el conocimiento y desafía el razonamiento.
Cada uno tenemos nuestra propia manera de interpretarlo y verlo, de saborearlo y disfrutarlo. Bien dijo Jairo, uno de mis alumnos de séptimo, que “para el amor no hay edad”. En el amor se olvidan las reglas, los temores y los problemas. Es decir, no pensamos en lo negativo que nos puede suceder ni en el qué dirán.
Tener una relación de noviazgo no es algo del otro mundo, pero sí debería hacerse de la manera más responsable posible.  Pero no quiero detenerme a hablar de eso. Quiero referirme a “los noviazgos indebidos.” No necesito ser estadista para asegurar que en este mundo existen miles de ellos. Basta con salir a la calle y observar a la gente que pasa por la calle o pasea por los parques y plazas, como decía Bob Marley, el creador de  aquella canción que tanto me gusta: “No woman no cry”.
Muchos se arriesgan a hacer cosas que van en contra de la ley,  incluso en contra de la sociedad misma. Hoy día, es muy común encontrar madres solteras, familias desintegradas, matricidios, entre otras cosas desagradables. Muchas de ellas son fruto de noviazgos indebidos.
El consentimiento de la pareja o de los familiares de ellos da rienda suelta a este tipo de relaciones que, en repetidas veces, terminan mal. Para enamorarse de alguien bastan segundos, minutos, días o semanas, pero que sucede, sucede. Las nuevas tecnologías y las redes sociales favorecen este tipo de relaciones, lo cual permite mantener en contacto al uno con el otro.
Hay que pensar en las relaciones entre casados con solteros y solteras, entre un adulto y una menor de edad; entre un hombre y varias mujeres a la vez o viceversa. Todas ellas indebidas, pero que para quien lo practica resulta gratificante.  
En la actualidad, son pocas las personas que tienen el valor de decir “NO” a una relación indebida. Más aun si sientes algo muy fuerte por la otra persona y aunque lleves en tu corazón buenas intenciones. Es verdad, cuando renunciamos a algo así, sentimos que el cielo se nos viene encima, que nos falta algo, que  no te puedes concentrar, que se va la alegría y, sobre todo, sientes que pierdes el sentido de vivir. Pasas cada minuto pensando en qué será de aquella persona, vives preocupado y no hayas qué hacer…   Mejor no sigo.
Pero si temes a Dios, te amas a ti mismo, a tu familia y a tu iglesia, debes pensarlo bien. Al final, el tiempo se encarga de sanar las heridas que en este momento tú puedas estar sintiendo.