¡A quién no le gustaría enamorarse!, si es algo tan maravilloso. Es uno
de los capítulos más bellos en el filme de nuestra vida. No se puede describir solo con palabras.
Va más allá de la imaginación y la emoción. Se inmiscuye hasta en el más recóndito
rincón de nuestra mente y corazón. Supera
el conocimiento y desafía el razonamiento.
Cada uno tenemos nuestra propia manera de interpretarlo y verlo, de
saborearlo y disfrutarlo. Bien dijo Jairo, uno de mis alumnos de séptimo, que “para
el amor no hay edad”. En el amor se olvidan las reglas, los temores y los problemas.
Es decir, no pensamos en lo negativo que nos puede suceder ni en el qué dirán.
Tener una relación de noviazgo no es algo del otro mundo, pero sí
debería hacerse de la manera más responsable posible. Pero no quiero detenerme a hablar de eso.
Quiero referirme a “los noviazgos indebidos.” No necesito ser estadista para
asegurar que en este mundo existen miles de ellos. Basta con salir a la calle y
observar a la gente que pasa por la calle o pasea por los parques y plazas,
como decía Bob Marley, el creador de aquella
canción que tanto me gusta: “No woman no cry”.
Muchos se arriesgan a hacer cosas que van en contra de la ley, incluso en contra de la sociedad misma. Hoy
día, es muy común encontrar madres solteras, familias desintegradas,
matricidios, entre otras cosas desagradables. Muchas de ellas son fruto de
noviazgos indebidos.
El consentimiento de la pareja o de los familiares de ellos da rienda suelta a este
tipo de relaciones que, en repetidas veces, terminan mal. Para enamorarse de
alguien bastan segundos, minutos, días o semanas, pero que sucede, sucede. Las nuevas
tecnologías y las redes sociales favorecen este tipo de relaciones, lo cual
permite mantener en contacto al uno con el otro.
Hay que pensar en las relaciones entre casados con solteros y solteras,
entre un adulto y una menor de edad; entre un hombre y varias mujeres a la vez
o viceversa. Todas ellas indebidas, pero que para quien lo practica resulta
gratificante.
En la actualidad, son pocas las personas que tienen el valor de decir “NO” a una relación indebida. Más aun si
sientes algo muy fuerte por la otra persona y aunque lleves en tu corazón buenas
intenciones. Es verdad, cuando renunciamos a algo así, sentimos que el cielo se
nos viene encima, que nos falta algo, que
no te puedes concentrar, que se va la alegría y, sobre todo, sientes que
pierdes el sentido de vivir. Pasas cada minuto pensando en qué será de aquella
persona, vives preocupado y no hayas qué hacer… Mejor no sigo.
Pero si temes a Dios, te amas a ti mismo, a tu familia y a tu iglesia,
debes pensarlo bien. Al final, el tiempo se encarga de sanar las heridas que en
este momento tú puedas estar sintiendo.