¿Alguna vez has escuchado hablar de Jesucristo, el Hijo de Dios?
En la actualidad, muchas personas en el mundo hemos tenido el maravilloso privilegio de haber escuchado hablar acerca de Jesucristo, el Salvador del Mundo. Algunos han hecho caso omiso y no le han dado ninguna importancia al sacrificio que Cristo hizo por la humanidad.
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En el libro de Génesis encontramos que desde la fundación del mundo el hombre fue desobediente a los mandatos de Dios. Pues Dios les había mandado a Adán y Eva, no comer del árbol de la ciencia del bien y el mal –porque el día que comieres, de cierto morirás –les dijo. Pero la mujer dejándose engañar por la serpiente, que es el Diablo, comió del árbol y luego le dio al hombre.
Esto quiere decir, que como Adán pecó, llevamos el pecado en nuestra sangre, porque todos somos descendientes del primer hombre: Adán. De manera inconciente hemos adquirido el pecado que viene desde Adán, y sólo Jesucristo puede quitarnos ese pecado que venimos cargando.
En el libro de los Romanos podemos encontrar lo que le espera a una persona que no ha recibido a Cristo en su corazón: “…Porque la paga del pecado es muerte, mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23).” No se trata sólo de una muerte física, sino de una muerte eterna, o mejor dicho una condenación eterna en el lago de fuego y azufre, como lo dice el libro de Apocalipsis.
Para poder tener la vida eterna, necesitamos confesar nuestros pecados a Dios, reconociendo que somos pecadores, y debemos recibirlo en nuestro corazón permitiéndole que sea Él quien more en nuestro corazón y nos libere de la esclavitud del pecado.
Jesucristo pagó todos nuestros pecados en la cruz del calvario. Se ofreció a sí mismo para morir en la cruz, y Él que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado. Por nuestros pecados y culpas, Cristo murió crucificado.
Dios, aún viendo la maldad de toda la humanidad, vino a morir por nosotros -dice el libro de Romanos. Eso demuestra el amor de Dios hacia nosotros, pues no importándole nuestra condición de pecadores, se entregó en la cruz del calvario por nosotros.
Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida. El vino a la tierra a buscarte a ti, porque quiere salvar tu alma de la condenación eterna. Este mundo es pasajero y nuestra vida es corta. Nada puede asegurarnos que mañana estaremos vivos. Pero sea que vivamos o que muramos, si nuestra vida está escondida en Cristo en Dios, tenemos la seguridad, por la fe en Jesucristo, que al morir iremos al cielo y no iremos a condenación, porque Jesucristo pagó nuestras deudas muriendo en la cruz.
Si tú que lees este artículo, aún no has recibido a Cristo en tu corazón, te invito a que puedas hacerlo invocándolo de esta manera, desde lo más profundo de tu corazón: “Señor Jesús, yo te recibo hoy en mi corazón para que tomes el control de mi vida y puedas salvarla. Creo en ti y reconozco que soy pecador. Te invito a que desde hoy mores en mi vida para que yo pueda estar contigo en el reino de los cielos. Gracias Señor por salvar mi alma hoy. En tu Nombre he orado, amén. ”
Si has repetido esta oración, ahora ya formas parte de la familia de Dios. Te invito a que puedas leer
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