Hay momentos en que nos encontramos expuestos o proclives a ciertas situaciones que se presentan en el diario vivir. En el artículo anterior, escribí sobre los noviazgos y algunos problemas. Esta vez, me propuse escribir a cerca de actitudes y pensamientos que muchos presentamos antes de “meternos en algo”, como comúnmente decimos.
Me atrevo a decir que casi nadie está exento de esto. Cada vez que nos enfrentamos a algo, en la mayoría de los casos, siempre pensamos en lo positivo y negativo que traerá. De todas maneras, alguna solución debemos encontrar.
Pero ¿te has preguntado por qué somos tan prejuiciosos? Tal vez no. Los prejuicios están en todos lados, dondequiera que existan seres humanos. No puedo decirte que son buenos, pero tampoco que sean malos. Las respuestas varían de acuerdo a los tipos de problemas, situaciones y circunstancias. ¿Por qué cuando alguien decide tener un noviazgo, casarse, conseguir un trabajo, salir lejos de casa, visitar una iglesia, etc., y consultamos a otra persona siempre emite prejuicios que a veces nos favorecen, y a veces no?
Y si no consultamos a nadie, también nos convertimos en prejuiciosos de nuestra vida. Por ejemplo, si deseo tener una relación de noviazgo, antes de que la otra persona de un “sí” o un “no”, yo he pensado en que la relación quizá no funcione. Y ya pensé en todo lo que la otra persona me responderá, en lo que responderé y, para colmo, ya pensé en cómo terminaré esa relación si no me parece. Este solo es un pequeño ejemplo para demostrarte cómo pensamos.
Considero que todas estas cosas ya son inherentes al ser humano. Pero no solo eso, sino que debe haber una explicación razonable del porqué actuamos de esa manera. La palabra de Dios en Mateo 12:34 dice “porque de la abundancia del corazón habla la boca.” Ciertamente, lo que expresamos es lo que sentimos en nuestro corazón. Porque no podemos expresar ni decir lo que no sentimos.
El mundo ha impregnado, a través de todas sus malas obras y desobediencia, un espíritu de desconfianza y de una falsa autonomía y perfección. Nos hace ver como los buenos de la película, y hace ver a los otros como nuestros rivales, nuestros enemigos dignos de desconfianza, como seres inhumanos que no tienen sentimientos ni empatía.
Este falso espíritu hace que prejuzguemos a los demás. Porque con anticipación llevamos en nuestro corazón los malos pensamientos e intensiones deshonestas de cómo sucederán las cosas. Si en nuestro corazón no existiera esa desconfianza, todo sería diferente.
En el libro de Proverbios capítulo 4:23, Dios nos aconseja y nos dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” Si en nuestro corazón hay odio, odio demostraremos; si hay desconfianza, desconfianza mostraremos; si hay amor, paz y bondad, eso reflejaremos. Dios hace que los corazones de las personas queden limpios. Siempre y cuando, la persona lo permita.
Si queremos que las cosas cambien, debemos ser los primeros en actuar positivamente, en demostrar confianza, justicia y bien hacer. El mundo está impregnado de mentiras, destrucción y odio. Dios da amor, gozo, paz paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, confianza, y mucho más. Él quiere transformar tu corazón.
Cuando Dios dirige tu vida, te guía por sus caminos derechos, te guarda y te acompaña en todas tus decisiones. Tendrás seguridad en él y verás las cosas con otros ojos. Los ojos de Dios.
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